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jueves, 28 de enero de 2016

La justicia de Dios


“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.”Mateo 5:6

Esa hambre y sed de justicia de la cual Jesús habla no puede ser satisfecha hoy. Pese a sus esfuerzos, el hombre es incapaz de establecer justicia. La maldad se extiende por todas partes, incluso por los mismos lugares donde debería ser condenada: en el poder político, en los tribunales y en nuestros propios corazones.
El hombre tiende a juzgar de acuerdo a su criterio, lo que observa, lo que cree, etc. Sin tener conocimiento total de lo que en realidad sucede. Sin tomar en cuenta que con la misma vara que midas, serás medido, pues Dios nos juzgará de la misma manera que nosotros juzgamos a los demás.
Los escándalos que salpican a ciertas personalidades solo son la punta que emerge de un inmenso iceberg. Esta terrible realidad no nos conduce a bajar los brazos, por el contrario, nos hace ver la absoluta necesidad de la intervención divina.
A veces la actitud es motivada por una sed de venganza más que de justicia. Si bien existen personas puestas por Dios en órganos judiciales. Dios es quien puede tomar el control de toda justicia terrenal.
¿No es una fuente de fuerza y paciencia para los que sufren de injusticia remitirse al juicio de Dios? Él juzgará el mal a su tiempo.
Cuando la vida de un hombre no parece tener valor, cada uno se siente acosado a hacerse preguntas fundamentales. ¿Por qué son tan injustos conmigo? Tales pensamientos pesimistas acuden a la mente cuando estamos en una circunstancia aparentemente injusta.
Pero gracias a la divina misericordia, la escritura hace resplandecer en el fondo de ese túnel la esperanza de una solución: Cristo, quien ofrece la paz y la justicia a todos los que creen en Él.
“Entonces dirá el hombre: ciertamente hay galardón para el justo: Ciertamente hay Dios que juzga en la tierra” Salmos 58:11


Telma Céspedes

jueves, 7 de enero de 2016

Hallazgo arqueológico bíblico

ISRAEL.- El Museo Tierras Bíblicas en Jerusalén, exhibió un antiguo artefacto que perteneció al rey babilonio Nabucodonosor II. Es un cilindro de escritura cuneiforme con una inscripción, donde el rey se refiere a sí mismo como un líder que “gusta de la verdad y la justicia”.


De acuerdo con el curador del Museo Tierras Bíblicas, Filip Vukosavović, la obra “expresa una perspectiva completamente diferente de Nabucodonosor y la forma en que los judíos pensaban en él durante los últimos 2000 años”.

Es conocido por los registros bíblicos e históricos, que él fue un cruel rey que destruyó Jerusalén y el Templo y exilió a los judíos para Babilonia. Sin embargo, Vukosavović afirma que el cilindro “muestra a Nabucodonosor sobre una luz completamente diferente, y como un gran rey que quiere justicia y hace justicia a su pueblo”.

La exhibición del artefacto es parte de la exposición “Por los ríos de Babilonia”, que muestra la historia del exilio forzado del pueblo judío a Babilonia. La conquista de Jerusalén por Nabucodonosor y su ejército hace 2500 años.

El curador explica que “incluso si la inscripción no tiene un vínculo directo con el exilio de los judíos a Babilonia, Nabucodonosor, todavía está como uno de los reyes más notorios para los judíos en la historia”.

El texto en el cilindro sigue refiriéndose a la construcción o reconstrucción del Templo de Ishtar, la diosa más importante en la historia del Medio Oriente en la ciudad de Uruk. Hay otras inscripciones históricas relacionadas con esta ciudad.

En la inscripción exhibida en Jerusalén, Nabucodonosor muestra que percibe su misión como algo determinado por los dioses Marduk y Shamash, que le dieron “un nombre imponente para ser gobernador de la tierra y un montón de gente para pastorear”.

Nabucodonosor en la Biblia

El nombre de este rey babilonio es citado en diferentes libros de la Biblia. Cuando Sedequías hijo de Josías hizo un tratado con el Faraón de Egipto, iba en contra de las advertencias del profeta Jeremías (Ezequiel 17. 15).

Acabó rompiendo su alianza con el rey de Babilonia. Nabucodonosor, después de un asedio de dieciocho meses, tomó la ciudad de Jerusalén en el año 586 a.C.

Poco después de la conquista de Jerusalén, fue la caída de Tiro y la sumisión completa de Fenicia, en el año 586 a.C. (según Ezequiel 26 y 28). El libro de Daniel muestra cómo el rey fue confrontado por el Dios de Israel, siendo humillado por una locura temporal. Cuando tuvo la cordura restaurada, reconoció la justicia del Señor.